Jordania es un país relativamente pequeño situado en Oriente Medio. Amán (su capital) es su puerta de entrada principal. Lo primero que uno puede preguntarse cuando imagina un viaje a Jordania son cuestiones relativas a la seguridad que ofrece el país a los turistas. En este sentido, Jordania es un oasis de tranquilidad, aunque para muchos resulte difícil de creer. Es un país que no tiene petróleo ni le sobra un recurso tan básico como el agua, por lo tanto el turismo es un sector clave para su economía y saben muy bien cómo cuidarlo (y desarrollarlo). La economía y situación política, es una de las más estables de toda la región y el turismo uno de sus bienes más preciados.
Jordania es un país que a menudo es denominado como la “Suiza” de Oriente Medio, por su estabilidad y por su equilibrio diplomático. Pero si seguimos en esto de las comparaciones, Jordania tiene un territorio que duplica el de Suiza, aunque en una enorme área desértica. Esa misma esencia desértica, su historia y cultura es lo que ha brindado algunas de las joyas turísticas por las que este país es fascinante. Entre ellas, hay dos que se hacen imprescindibles (aunque no son las únicas): el desierto rojo de Wadi Rum y la ciudad perdida de los nabateos; las ruinas de Petra.
Un desierto rojo entre montañas
El desierto de Wadi Rum es un mar de arena entre montañas rojizas. Son esas mismas montañas de arenisca las que alimentan el paisaje de arena rojiza con la constante erosión. El panorama desde cualquiera de los miradores que visitemos brinda una vista difícil de olvidar: entre los pequeños “valles” de arena emergen, cada poco, cientos de metros enormes elevaciones rocosas de formas caprichosas.
A Wadi Rum (también Uadi Rum, que significa “desierto elevado”) se le conoce como el “Valle de la Luna”, precisamente por esas formaciones de granito y arenisca que alcanzan los 1854 metros sobre el nivel del mar en puntos como el monte Jabal Umm ad Dami. Para llegar a esta región montañosa hay que poner rumbo al sur del país, en un punto en el que no estaremos muy lejos de la costa con el Mar Rojo. El área está protegida y reconocida como Patrimonio de la Humanidad por Unesco.
Wadi Rum es uno de esos paisajes que ningún visitante de Jordania quiere perderse. Hacer noche bajo un cielo estrellado en alguno de los campamentos para turistas es una experiencia para hacer al menos una vez en la vida. Para referencias, en estos parajes despojados se rodaron la mayoría de escenas de la película Lawrence de Arabia.
El paisaje asombra y seduce con su mística y exotismo, un arenal rojizo, pero con miradores desde las montañas, y con esas mismas montañas emergiendo como si estuvieran completando la idea de un paisaje único e irrepetible: un desierto así de rojizo y con esas condiciones solo existe en ese rincón del mundo.
Una ciudad “perdida” y tallada en las rocas (Petra)
El segundo plato fuerte de Jordania que mencionaremos es la increíble ciudad de Petra. Y es que todavía después de recorrerla resulta asombroso imaginar que ese lugar existe (y pudo existir). Es sencillamente uno de esos sitios tan apartados, y tan escondidos que hoy en día a nadie se le ocurriría fundar una ciudad en condiciones tan complicadas. Sin embargo, allí pudo florecer hace tantos siglos la capital de los nabateos gracias a las fuentes de agua inesperadas en un punto estratégico de las rutas comerciales de antaño. Allí, entre desfiladeros y rocas, están escondidas hoy (y desde siempre) las ruinas de Petra.
Llegar a Petra como turistas supone simular una pequeña aventura. Hay que atravesar un desfiladero de un kilómetro y medio desde el acceso al área protegida (previo pago de la entrada), y solo es posible hacerlo caminando (o utilizando los medios de tracción que ofrecen a turistas, que incluyen dromedarios, burros o carros a caballo). De repente te sientes en otra época.
El momento en que termina el tramo del desfiladero y se asoma la fachada de El Tesoro de Petra es uno de esos recuerdos viajeros que serán imborrables.
Lo que sigue es un recorrido también a pie por un paraíso para arqueólogos y un deleite para turistas curiosos: palacios, tumbas y casas talladas siempre en las rocas entre paredes acantiladas de un valle estrecho y amurallado de forma natural por elevaciones que asombran. Petra es una ciudad tallada y esa es su mejor definición, una antigua capital digna de una cultura llena de esplendor. Las huellas de esta ciudad exhiben la influencia de diversas culturas, tanto desde el período cumbre de los nabateos, hasta los restos del período romano.
Fundada en el siglo VIII a.C. por los edomitas, los nabateos la ocuparon y desarrollaron hasta dejar a la humanidad entre tantas maravillas las dos joyas imprescindibles de ver: la fachada de el Khazneh (el Tesoro), y el Deir (el Monasterio). Nada hubiese sido posible sin la ubicación de paso dentro de la ruta de las caravanas de incienso y especias entre Asia y el sur del Mediterráneo. Hacia el siglo VI d.C. esas mismas rutas toman otras direcciones lo que sumado a los terremotos terminan por dejar a Petra caída en abandono. Hubo que esperar varios siglos hasta que, a comienzos del siglo XIX, esta ciudad es descubierta por exploradores occidentales. Hoy ese conjunto monumental también es parte del inventario Patrimonio de la Humanidad, y desde el año 2007, también reconocida como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.
Petra y Wadi Rum son dos joyas esenciales por las que viajar a Jordania, pero no son las únicas: también son imperdibles Gerasa y Gadara (ruinas de ciudades romanas que integraban la Decápolis), la capital Amán, la ruta por los castillos del desierto, la ruta de los Reyes, el Mar Muerto, la costa del Mar Rojo y Áqaba. Suficientes razones para pensar en Jordania y en un viaje de varios días (y varias maravillas).
*Fotos del artículo: Matías Callone
